noviembre 27, 2024
Capítulo V
Sensaciones ocultas
Para contar esta parte de mi vida y transmitir las emociones que aún recorren cada rincón de mi cuerpo, necesito llevaros conmigo al pasado, exactamente al 31 de octubre, la icónica noche de Halloween. Una fecha que marcó un antes y un después en mi vida y en la forma en la que me veía a mí misma.
Tenía 22 años, esa etapa de la vida en la que crees que lo sabes todo, pero al mismo tiempo te das cuenta de que estás descubriendo quién eres realmente. En ese entonces, estaba en una relación con un chico llamado Jordy. Estaba locamente enamorada de él, o al menos eso pensaba, pero en lo más profundo de mi ser empezaban a emerger sentimientos hacia las mujeres, sensaciones que nunca antes había experimentado. Era un conflicto interno que me intrigaba tanto como me asustaba.
Esa noche decidí salir con mi grupo de amigos, que curiosamente eran todos chicos. Nunca supe por qué, pero siempre tuve más afinidad con ellos, quizás porque compartíamos ciertos intereses o porque, en el fondo, sabía que tenía un lado más irreverente y libre, algo que ellos entendían sin juzgar. Por otro lado, Jordy prefirió salir con su propio grupo. Era algo que hacíamos de vez en cuando; disfrutábamos de nuestra independencia para luego reencontrarnos, manteniendo una chispa especial en nuestra relación.
En aquella época estaba completamente inmersa en la cultura del rock. Adoraba a las grandes bandas, los himnos que marcaban generaciones, y, por supuesto, la estética que los rodeaba. Esa noche llevaba mi estilo al máximo: una mini falda plisada de cuadros escoceses, una camiseta de The Cure que había personalizado
Después de pasar por varios bares, decidimos instalarnos en uno de mis lugares favoritos, el Sónar. Un espacio que siempre me hacía sentir como en casa, con su música electrizante y su ambiente cargado de energía. Fue allí, entre las luces bajas y el eco de las guitarras, donde tuve una de las experiencias más impactantes de mi vida.
El local estaba relativamente vacío al llegar, pero no nos importó. Nos acercamos a la barra para pedir una ronda, riendo y charlando despreocupadamente. Mientras esperaba mi copa, sentí una mirada fija en mí. Esa sensación de ser observada, pero de una manera que despierta más curiosidad que incomodidad. Giré la cabeza, y allí estaba ella.
Una mujer que parecía sacada de un sueño. Tenía un corte de pelo duendecillo que enmarcaba perfectamente su rostro, una figura madura y elegante envuelta en un mini vestido negro que le quedaba como un guante. No puedo evitar notar su confianza, esa seguridad magnética que solo alguien de su edad puede transmitir. Me enteraría después de que tenía 45 años, pero créeme, eran los 45 más sensuales que había visto jamás.
Sin pensarlo demasiado, porque no soy de las que deja pasar oportunidades, me acerqué a ella con una mezcla de nervios y emoción.
Ella me miró con una sonrisa que parecía tener secretos, y respondió con una voz que me envolvió por completo:
Antes de que pudiera decir algo más, me sorprendió. Se inclinó hacia mí y me dio un beso en los labios, rápido, pero cargado de intención. Fue un gesto inesperado, y al mismo tiempo, increíblemente excitante. Me quedé paralizada durante unos segundos, pero no de incomodidad, sino de puro asombro.
Ese beso en mí ascendió algo, algo que llevaba tiempo tratando de entender. Me quedé a su lado, completamente cautivada por su presencia. Quería saberlo todo de ella, cada detalle, cada historia. Adriana tenía una mezcla de misterio y sensualidad que me atrapaba sin remedio.
Así que entre conversación y conversación decidimos bailar juntas. Adriana se acercaba a mi cada vez más y yo a ella podía notar sus glúteos turgentes entre mis piernas, eso hacia que la mecha ardiese cada vez más y más. Así que le susurre que me acompañase al aseo, ella no lo dudó en ningún momento así que me acompañó.
Cuando llegué al aseo, mi corazón latía desbocado.
Cinco segundos, no más. Fue lo que tardó Adriana en entrar.
En cuanto abrí la puerta y la vi allí delante de mi no pude evitar besarla de una manera brutal, ella comenzó a tocarme de arriba abajo, levantándome la camiseta y quitándome el sujetador. Yo por mi parte decidí tocar su entrepierna bajándole las bragas que ya podía notar su humedad así que introduje mis dedos que estaban deseosos de probar ese coño ardiente.
Adriana no podía para de gemir, estaba increíblemente cachonda, podía notar que enseguida iba a explotar de puro placer. Así que la senté en la repisa del lavado y comencé a comer su jugosa golosina, pasaba mi lengua de arriba abajo jugando con su clítoris a medida que seguía masturbándola con mis dedos. Ella no podía para de gritar, cada vez notaba el orgasmo más cerca.
De proto comienza a chorrear mientras sus piernas sentían un fuerte calambre que hacían que se cerrase, pero yo a su vez abría. El orgasmo había llegado.
Por mi parte decidí regalarle un momento increíble, por lo tanto, me bajé las braguitas y comencé a tocarme mientras ella me observaba, su mirada era tan excitante y provocadora que no tarde ni un minuto en correrme a chorros.
Las dos nos miramos y nos besamos con muchísimo cariño, no podíamos salir de allí. Pero la cola que había fuera era considerable y ambas sabíamos que el publico se impacientaba.
Abandonamos el aseo y nos dirigimos a la pista para seguir bailando y gozando del lugar juntas.
Esa noche, en el Sónar, descubrí un lado de mí que hasta entonces había permanecido oculto. Fue la noche en la que entendí que el amor y el deseo no tienen reglas, y que a veces, lo más mágico de la vida ocurre cuando menos lo esperas.
Continuará…
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