agosto 1, 2024
Desde que descubrimos, gracias a la agricultura y a la domesticación de los animales, la relación entre coito y embarazo, l@s primates human@s no hemos cesado en el empeño de ingeniar estrategias que nos permitieran controlar de alguna manera la tasa de natalidad y desligar el vínculo sexualidad=reproducción.
Así pues, los objetivos eran varios. De una parte, controlar la tasa de natalidad, tanto de la pareja, como de la tribu. Tener únicamente l@s hij@s que cada cual quisiera tener y que la tribu pudiera alimentar. Por otra, tener los embarazos en el momento deseado. Y por último, superar la dependencia coito-embarazo y cultivar otros aspectos no reproductivos de la sexualidad: el placer, la comunicación, el afecto. L@s primates human@s hemos hecho de la sexualidad un juego enormemente placentero y un factor favorecedor de vínculos afectivos.
A ello ha de añadirse el hecho de poder mantener relaciones sexuales de penetración sin el miedo permanente a un embarazo no deseado. No obstante, l@s primates human@s hemos aprendido también que la penetración no es el único medio de disfrute en un encuentro sexual. Hay otros -y bien ricos-, con los que además no hay ningún riesgo de embarazo.
En un principio no había más recurso que la «marcha atrás». Bueno, todavía los hay prehistóricos que aún siguen con esa historia. La marcha atrás, aparte de la tensión y frustración que acarrea, es la causa de infinidad de embarazos no deseados. Ya va siendo hora de que lo sepamos.
Más recientemente han ido apareciendo una serie de métodos anticonceptivos que nos han permitido lograr una tasa de seguridad cada vez mayor en nuestro empeño de controlar la natalidad. El condón, la píldora, el Diu, los espermicidas, la vasectomía... Y ahora contamos también con el condón femenino.
Desde el momento en que apareció en el mercado, el condón femenino despertó una gran polémica respecto a su aportación o a sus supuestas ventajas. Veamos pues atentamente en qué consiste, su modo de empleo, y sus ventajas e inconvenientes.
El condón femenino fue diseñado en 1985 por el matrimonio danés Erik y Bente Gregersen, médico y enfermera. Ell@s declararon que su objetivo primordial era contribuir a atajar la veloz implantación del SIDA. Tras los primeros ensayos, estudios y comprobaciones, Suiza fue el primer país que, en 1992, lo comercializó.
Consiste en un forro de poliuretano delegado y transparente con dos anillos flexibles en ambos extremos. El anillo cerrado, que va en el interior de la vagina, es un poco más pequeño que el abierto, que debe quedar fuera de la vagina. Brinda la misma efectividad que el condón masculino (de 95 a 98 por ciento) cuando es usado correctamente.
El material del condón masculino es látex. El femenino es poliuretano, material más resistente (con sus ventajas e inconvenientes).
Al igual que el masculino, el condón femenino viene dentro de un sobre, dentro del cual se mantiene lubricado. Trae una lubricación importante, para facilitar su inserción en la vagina.
Dado que sigue el mismo principio anticonceptivo que el masculino, el condón femenino recuerda, como vemos, al masculino, si bien es bastante más ancho y más largo. Tiene 17 cm de largo y 8 de ancho. En su interior, al fondo contiene un aro para facilitar su inserción en la vagina.
El condón femenino se introduce a la vagina hasta ocho horas antes del coito. Debido a su diseño, el anillo interior se encaja en el cuello uterino. El anillo exterior cubre toda el área genital externa. De esta manera, la funda queda holgada en el interior de la vagina, así que no es necesario que existan tallas. Una misma talla les queda bien a todas las mujeres y a todos los hombres.
Para su colocación se aprieta, como indica el dibujo, el aro o anillo situado al fondo del condón y se introduce hasta el fondo de la vagina, con lo que el condón recubre y aísla las paredes de la vagina. El anillo exterior y una porción del condón quedan fuera de la vagina.
Aprender a colocárselo requiere una cierta práctica y no te sorprendas si tuvieras que tirar el primero. Si sabes ponerte tampones te será más fácil. Sigue estos pasos:
Si te incomoda ponértelo sola, podéis incorporarlo como parte del juego sexual, que tu pareja te lo ponga. Lo importante es que lo tengas bien puesto durante el coito.
Al igual que el masculino, el condón femenino, es un método de barrera, es decir, se trata de algo que interpone una barrera física al posible encuentro entre los espermatozoides y el óvulo. Al igual que lo hace el condón masculino.
Al iniciar el coito el pene entra dentro del condón femenino, que a su vez está alojado dentro de la vagina. Es importante tener la precaución de comprobar que el pene entra efectivamente dentro del condón y no, como pudiera ocurrir, entre el condón y la vagina, puesto que en este caso no tendría ningún efecto anticonceptivo. Es que cuando se está en pleno fragor pasional, a veces no se repara en estos detalles. Conviene pues bajar un poco a tierra, para que luego no haya inesperados disgustos.
Para retirar el condón femenino es conveniente retorcerlo ligeramente para evitar que pueda desparramarse el líquido seminal y entrar en contacto con los labios vaginales.
La misma precaución de no penetrar sin que esté previamente colocado el condón ha de mantenerse con el masculino y con el femenino. Ya hemos visto que penetrar sin condón y luego colocarlo para eyacular dentro de él, no es sino una versión más de la marcha atrás.
Al igual que el masculino, el condón femenino ha sido diseñado para un sólo uso. Viene en cajas de 3 unidades.
De entrada, la aparición de todo nuevo método que amplíe el abanico de posibilidades en la tarea anticonceptiva y en la evitación de las enfermedades de transmisión sexual constituye una nueva aportación y es bienvenida. Ahora bien, dado que en este caso no se trata más que de una mera adaptación del condón masculino, pensado para los casos en que el niño pasa de ponérselo, cabe preguntarse seriamente si se trata de un avance o de un retroceso.
Su primera ventaja es pues el hecho de que abre el abanico de opciones a la hora de optar por un método anticonceptivo. A ésta hay que añadir su inocuidad para la salud, su sencillo modo de empleo y su tasa de eficacia dadas las propiedades del material con está fabricado, el poliuretano.
Los inconvenientes surgen al compararlo -inevitablemente- con el condón masculino:
Desde su aparición se creó una gran polémica. Cierto es también que con otros métodos en su día la polémica no fue menor: con la píldora porque la prohibía la iglesia, con el Diu por su efecto abortivo, con la vasectomía porque los varones se han desentendido históricamente de su co-responsabilidad en la tarea anticonceptiva...
La polémica atañe tanto a estos aspectos concretos como en la valoración global. Hay dos preguntas que requieren una respuesta. La primera es que si ya contábamos con un condón masculino, de látex y perfectamente adaptado a la anatomía del pene, qué aporta de nuevo este otro condón.
Se ha dicho que el condón femenino aporta una mayor independencia sexual de la mujer. Para defenderlo se afirma que así la mujer no tiene que depender de que el varón se ponga o no el condón. Se lo pone ella y se acabó. Pues no parece que esto aumente la independencia sexual de la mujer, sino todo lo contrario: “Anda, sé bueno..., ponte el condón... ¿Que no quieres ponértelo? Bueno..., pues ya me lo pondré yo...”.
Es decir, que la mujer se pone el condón porque él no se lo quiere poner. ¿Y esto aumenta la independencia sexual? Más parece que lo que aumenta es precisamente la dependencia sexual, contribuyendo a seguir manteniendo los viejos esquemas de que la anticoncepción sigue siendo «cosa de mujeres». Es el mismo caso que decir: “Ya sé que he sido yo la que he tenido los embarazos, y yo la que he parido, ya sé que la vasectomía es mil veces más sencilla que la ligadura, ya sé que él debería hacérsela, pero... si él no se la hace..., pues yo tendré que hacerme la ligadura”. ¿Aumenta así la independencia sexual de la mujer?
Que se propicie -a través de una adaptación del condón masculino a la mujer- el que ésta siga asumiendo en exclusiva la tarea de la anticoncepción porque el varón se hace el remolón y se desentiende de ello, no hace sino perpetuar esa secular dependencia sexual de la mujer. Si el condón femenino nos aporta ventajas, pues perfecto. Pero si es una manera camuflada de seguir perpetuando el desentendimiento de los varones en la tarea anticonceptiva...
La segunda pregunta es cuál es la razón por la que se invierten miles de millones de dólares en investigación sobre métodos anticonceptivos femeninos, mientras que sigue paralizada la investigación sobre los masculinos. Por ejemplo, ¿para cuándo la píldora masculina? ¿Acaso la anatomo-fisiología del aparato reproductor femenino permite intervenir más fácilmente que en la masculina? Una vez más, los aspectos socio-culturales son los que se imponen.
Probablemente la aportación más importante del condón femenino sea el contribuir a atajar la implantación del SIDA, especialmente en el ámbito de la prostitución. Si así es, perfecto.
Pero si cuando empezábamos a hacer un esfuerzo para asumir los varones nuestra co-responsabilidad en la tarea anticonceptiva, y contábamos ya con el condón y con la vasectomía, en lugar de seguir investigando nuevos métodos, nos limitamos a hacer adaptaciones de los masculinos para cuando el varón refunfuña y se niega a hacerlo, no creo que éste sea un camino liberador. Ni para la mujer, ni para el varón.
Sólo el 1% de mujeres utiliza el condón femenino.
Es todo un dato. Hay quienes lo atribuyen a una falta de información. Pero... hay también que lo atribuyen a su escasez de ventajas, especialmente comparándolo con el condón masculino.
Los estudios señalan que en las relaciones de pareja estables utilizan el preservativo masculino el 61% de los hombres y el 53% de las mujeres, mientras que el femenino tan sólo se emplea por el 1,6% de los varones y el 1% de las féminas.
En encuentros esporádicos, el uso del condón masculino alcanza al 97% de los hombres y al 96% de las mujeres mientras que usaron el femenino un 0,8% y un 0,7%, respectivamente.
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