septiembre 25, 2024
En febrero de 1989 me fui cuatro días a esquiar a unas estaciones de esquí del pirineo francés. De jueves a domingo incluidos. Me hospedé en un sencillo hotel de 2 estrellas en la localidad de Luz-Saint-Sauveur (Luz en adelante), en régimen de M.P. Luz está situada estratégicamente en las cercanías de cuatro estaciones en las que quería esquiar: Luz Ardiden, La Mongie, Cauterets y Gourette. Ya había estado en las cuatro en otras ocasiones, pero me apetecía volver a ellas porque me traían buenos recuerdos. Así que mi plan era poco más o menos “del hotel a las pistas de esquí y de aquí al hotel”. Y el rato que quedaba desde que terminaba de esquiar hasta la hora de cenar… ducha, sauna, descanso y siesta. Eso sí, aunque iba solo, pedí una habitación con cama grande (no me gusta dormir en camas estrechas).
El jueves llegué al hotel de Luz para las nueve de la mañana (menudo madrugón), dejé parte del equipaje en la recepción y me subí a esquiar a Luz Ardiden, donde pensaba esquiar mi primer día. Me recorrí la estación al completo varias veces. Como iba solo, esquiaba a mi ritmo, sin esperar a nadie y a la velocidad que me apetecía en cada momento. Durante los cuatro días, hubo un anticiclón invernal de primera categoría: con muchísima nieve en las pistas, el cielo estuvo permanentemente despejado, el frío fue intenso y continuado (rara vez subió el termómetro de los cero grados) y la nieve se mantuvo con una calidad extraordinaria. Un auténtico pleno de la quiniela!
Hacia las cinco y media de la tarde, llegué al hotel y me instalé en mi habitación. Sencilla y sin lujos, pero limpia y suficientemente espaciosa como para no sentir “claustrofobia hotelera”. Cumplí con mi programa establecido y cené a las ocho y media de la noche. Posteriormente salí a dar una vuelta por el pueblo a tomar un chupito de Grand Marnier (me encantaba en aquella época), en una cafetería céntrica.
Hacia las seis, bajé a la sauna del hotel; había gran afluencia de gente en la misma. En la puerta de entrada, un cartel que decía: “se recomienda tomar la sauna con el cuerpo totalmente desnudo”. Nunca había visto una advertencia tan simpática en ningún sitio. Era mixta y tenía capacidad para diez personas y al entrar yo, ya éramos nueve; así que no había demasiado sitio que digamos como para estar “despatarrado”. Una pareja de franceses (hombre-mujer) de unos 60 años de edad, bien conservados y esbeltos; un grupo de tres chicas que no callaban; una pareja (chico-chica) que se metía mano sin parar y sin reparo alguno; un hombre de mi edad (35 años) y… el que faltaba, es decir… yo! Con una revista de montaña escrita en castellano y en euskera bajo el brazo para leerla mientras sudaba, aunque fue bastante difícil concentrarse.
A los diez minutos, salieron y ya no volvieron, las tres chicas y la pareja “mete mano”. Tranquilidad. Ducha de los cuatro que quedamos y vuelta a la segunda sudada.
Al fijarse el hombre de mi edad en mi revista comenzó a hablarme en castellano ya que la conocía y la solía leer de vez en cuando. Él, Joan, que así se llamaba, era así como yo montañero y esquiador, con lo cual estuvimos un rato de charla en voz relativamente baja para no molestar “a los apuestos francesitos de 60”.
Antes de cenar, estuve un rato en un salón del hotel viendo la vida pasar. Apareció de nuevo Joan y vuelta a charlar sobre esquí y montaña. Pero también, sobre otras muchas cosas. Era sociólogo y tremendamente extrovertido y me habló en la hora que estuvimos allí de economía, de política, de las diversas religiones, de geografía, de sexo, de relaciones laborales y… de todo lo que le venía a la cabeza! Un auténtico torbellino, pero con una cabeza bastante bien amueblada.
Cenamos en una misma mesa los dos y luego fuimos a la cafetería anteriormente citada.
Allá en la cafetería, de repente y a bote pronto, me espetó: te gustaría tener sexo conmigo esta noche? Pensando que sería alguna de sus formas de entrar a hablar de algo, me eché a reír y le dije en plan de cachondeo: si pagas bien… ahora mismo!
Pero la cosa, no iba en broma. Y con su retórica y desparpajo que yo ya iba conociendo, me expuso sus razones y su interés en ello.
Yo no sabía donde meterme, porque además pensaba que “todo bicho viviente” nos estaría escuchando. Prejuicios propios de un sorprendido. Fuimos comprobando que nadie nos hacía ni caso. Y menos mal!
Yo empecé a hablar en serio y sobre todo a preguntar. Nunca me había pasado una cosa semejante y no sabía ni que hacer ni que decir. Si él hubiera sido un grosero, lo hubiera mandado al carajo y punto. Pero el Joan, catalán de Girona, soltero y sin compromiso, bisexual declarado y claro y sincero como nadie, me fue hablando de unas maneras tales que al final, me convenció.
Fundamentalmente me vino a decir que en la vida lo único que nos dejan ver y mirar sin pagar peaje, son los muros (sobre todo los mentales) que por todos lados levanta el ser humano, la sociedad en sí; y su teoría era que los muros son para derribarlos. Pero que para eso, hay que tener valentía y las cosas muy claras. Contundente y rompedor!
Por otra parte y dicho sea de paso, el Joan era una persona físicamente agradable (incluso para un hombre). Justamente en la sauna y en la ducha de la sauna, pude verlo desnudo, lo observé y, sin saber en aquel momento lo que luego me propondría, me dije: vaya tío atractivo.
Y dicho sea de paso también, reconozcamos que los hombres también miramos a otros hombres, de la misma manera que lo hacemos con las mujeres. En mi opinión es algo natural y no tiene nada de malo.
Por el camino hacia el hotel, me iba preguntando a mi mismo: y que hago yo con él? Que le hago? Que le digo? Pensé que por lo menos el posible problema de la desnudez, ya lo teníamos inicialmente superado por lo de la sauna. Pero aún y todo no me terminaba de ver en mi habitación desnudo, con otro tío también desnudo delante mía y a las puertas de tener un rollo sexual con otro hombre por primera vez en mi vida.
Entramos al hotel, recogimos las llaves de las habitaciones y quedamos en vernos en la mía (la suya era de una cama pequeña), en quince minutos.
Me aseé un poco y me senté a esperar a que Joan llamase a la puerta.
En algunos momentos me sentía como si me fuesen a fusilar, o algo así.
Joan llamó. Abrí la puerta y entró “vestido de gala”. Un pijama, una bata de noche y una pequeña bolsa de mano. Yo estaba en pijama.
Me extendió su mano derecha, yo se la estreché. Me pidió un abrazo, nos lo dimos.
Dijo que traía preservativos, aceite corporal y toallitas higiénicas.
Pero también traía una botella de cava y dos vasos. Brindamos y bebimos. También me dijo que le parecía un tipo muy atractivo y que tenía ganas de acariciar mi cuerpo. Yo le dije que en la sauna y en la ducha me había fijado en su cuerpo y que también me había parecido atractivo. Se quitó la bata de noche y el pijama y se quedó desnudo. Su polla ya estaba crecida. Me quitó la chaqueta de mi pijama y a continuación el pantalón. Tuve una erección instantánea y me ruboricé. Me dijo que me tranquilizase y que no le diese importancia.
Él ya tenía experiencia de algunas otras ocasiones y comprendía mi situación, mezcla de timidez, vergüenza y de excitante morbosidad.
Me abrazó por la espalda apretando su polla contra mi culo y con sus manos sobre mis tetillas. Mientras me acariciaba mis pezones yo empecé a acariciarle su polla con mi mano derecha. A los pocos segundos estaba tan empalmado como yo. Con mi mano izquierda le acaricié su nalga izquierda, hice lo mismo con mi mano derecha apretando con ambas todo su culo y su polla se incrustó entre mis piernas y la noté rozar mi zona anal, el perineo y mis testículos. Mi polla estaba al cien.
Me dí la vuelta y nos quedamos cara a cara. Con su mano izquierda agarró su polla y la mía a la vez y con su derecha empezó a acariciar mi cara, mi frente, mis ojos y mis labios. Puso su frente y su nariz junto a mi frente y mi nariz; y con sus manos se dedicó a acariciar las pollas y a provocar el continuo roce entre ellas. Las sensaciones eran magníficas; la excitación, total. Empecé a jadear y en un momento dado agarré con mis manos su cabeza y atraje sus labios hacia los míos. Un beso de larga duración con jugueteo continuo de lenguas, mientras las pollas seguían rozándose produciendo un grado de excitación cada vez mayor.
Con movimientos perfectamente controlados por su parte, me tumbó encima de la cama boca arriba. Se sentó sobre mis muslos y siguió rozando polla con polla. Ambas, empezaban a segregar líquido preseminal, facilitando así el roce fluido y haciéndolo más suave y mas agradable todavía. Al poco se arrodilló entre mis piernas, las levantó y doblo por las rodillas hacia mis hombros y se quedó frente a frente a mi culo y a mi polla. Agarró la suya y se dedicó a frotar y frotar. El culo, el perineo, los testículos y mi polla en toda su extensión. Aquello era una auténtica maravilla. Jamás nadie me había hecho eso. El roce sobre el perineo era lo más excitante.
Se agachó y arrodilló todo lo que pudo y con su lengua, repitió los roces. Empezó lamiéndome la polla y engulléndola en su boca; me chupó los testículos, se deleitó y me deleitó acariciando el perineo y finalmente, se entretuvo con mi ano.
Sentir los movimientos de su lengua chupándome el culo e intentando penetrar en su interior, fue lo más de lo más. Mientras tanto, me masturbaba la polla suavemente con su mano derecha, que bien lubricada con su propia saliva, elevó mi excitación al punto donde ya no es posible retornar y me corrí con unos chorros de leche que llegaron hasta mi propia cara.
Que experiencia, que sensaciones, que placer tan absoluto.
En algunas ocasiones había tenido fantasías eróticas en este sentido y había obtenido grandes dosis de placer y de satisfacción, pero en esta ocasión, la realidad superó con creces a la ficción.
Tras un descanso tendidos sobre la cama y con continuas caricias mutuas, la escena se repitió pero en sentido contrario. Él tendido boca arriba y yo, actuando sobre él.
Nunca había tenido con un hombre una experiencia semejante, ni la más mínima; nunca! Y ciertamente, ésta, resultó espectacular y extraordinariamente satisfactoria.
Le hice todo lo que el me había hecho a mí. Que otra cosa podía hacer que repetir lo que hacía unos minutos me había enseñado él?
Acariciar el cuerpo de un hombre, besarlo, chuparlo; hacer lo mismo con su polla, con sus huevos, con su perineo y con su culo, como aquella noche lo hice, no se me olvidaría fácilmente. La experiencia fue tan satisfactoria o más que la que yo acababa de disfrutar.
Después de un nuevo descanso y poco antes de retirarse Joan a su habitación, me recordó la famosa frase: “que importa el sexo si el amor es puro”. Y añadió Joan: “sustituyamos en este caso la palabra amor por la palabra orgasmo” y sigamos disfrutando de los placeres de la vida.
Totalmente de acuerdo.
El viernes, tras desayunar, le invité a Joan a esquiar en la estación de Grand Tourmalet-Baréges-La Mongie. Era la más grande de la zona de Luz. Aceptó gustosamente.
Joan conocía las principales estaciones de esquí de la vertiente norte de los pirineos hasta la zona de Saint-Lary-Soulan, en sentido este-oeste. Y había ido a Luz para conocer y esquiar en la gran estación de Grand Tourmalet-Bareges-La Mongie (que yo, ya conocía de anteriores ocasiones). Así que mi invitación le vino como anillo al dedo.
Dada la gran extensión de terreno que ocupa, “solamente” pudimos recorrerla “en dos ocasiones”. Eso sí: subimos en teleférico hasta la cima del Pic du Midi de Bigorre a 2877 metros de altitud, descendimos hasta La Mongie; volvimos a subir al Pic y bajamos a última hora hasta la localidad de Bareges, donde habíamos dejado aparcado el coche. Un descenso de 1600 metros de desnivel (pasando por el Col du Tourmalet y el núcleo de Super Baréges), que nos llevó más de 30 minutos. Una esquiada sensacional. De las de merecer premio (que por cierto, por la noche, lo hubo). La temperatura en el Pic era de 15º bajo cero y sin viento. Desde arriba, se veía media cordillera pirenaica. Que gozada! Increíble!
Después de haber disfrutado de una gran jornada de esquí, hacia las cinco y media de la tarde (como el día anterior) llegábamos al hotel.
Y en la sauna, los mismos del día anterior (pero todos y todas con más color en la cara, por el sol y el viento). La pareja mete mano, a lo suyo… pero “con más descaro todavía” (cosas de la confianza, por lo visto). No estuvo mal el espectáculo, e incluso la pareja de francesitos de 60 tacos se animó, las tres chicas tontearon entre ellas con “risitas picaronas” y el Joan y yo… los más formales! Quietecitos!
Tras la cena, fuimos a la cafetería del centro del pueblo a cumplir con el ritual del chupito de Grand Marnier.
Joan me dijo que nunca había tenido pareja estable de más duración de un año. Le resultaba difícil. No podía remediarlo. También me dijo que no andaba todo el día a salto de mata a ver que pillaba. Le gustaba practicar el sexo, pero sabía vivir sin él durante temporadas enteras. Decía que lo que le gustaba era “el enamoramiento y el deseo”, es decir ese momento de duración indeterminada en el que las personas se vuelcan, se buscan, se añoran, se necesitan entre sí y dan rienda suelta a toda la ansiedad acumulada y a toda la imaginación “que imaginarse pueda” (valga la redundancia). Decía que cuando eso se acaba… era mejor dejarlo y guardar los recuerdos de los momentos vividos. Para él, continuar, significaba atarse; ni tan siquiera comprometerse, sino atarse y perder la libertad de actuación espontánea y febril.
Me preguntó si me apetecía “jugar” otra vez con él. Le dije que sí. Me dijo que a punto había estado en la sauna de jugar conmigo, dado el ambiente que se había creado. Le dije que la francesita de 60, me había hecho una seña para que nos acercásemos a ellos; y que como yo no me atrevía, no le dije nada a él y le hice una señal a ella de que no. Joan se había dado cuenta del asunto, pero no quiso intervenir al ver mi gesto negativo. Y resulta que los dos tuvimos que reconocer en ese momento, que en realidad nos hubiera gustado jugar con ella; e incluso si se terciaba, con su compañero. Así que si al día siguiente volvíamos a encontrarnos con la pareja de francesitos en la sauna, no íbamos a desaprovechar la ocasión.
En mi habitación, por primera vez en mi vida, follé con un hombre. Le follé el culo a Joan. El me había dicho que iba a ser mejor así para mí. Los prolegómenos fueron largos y muy didácticos por parte de Joan. No quería forzarme en ningún momento. Prefirió que yo marcase los ritmos y quizás por eso mismo, porque yo no sabía muy bien como marcar el ritmo, fueron tan largos… y tan interesantes.
Las manos de ambos recorrieron en su totalidad nuestros respectivos cuerpos. Los labios y las lenguas lo probaron todo. Disfrutamos de la sutileza que brinda la piel cuando es tratada con suavidad a la vez que se transmiten sensaciones, sentimientos y deseos. Nos acariciamos y nos besamos sin reparo alguno, sin pensar que a quien acariciábamos y besábamos era a otro hombre; y quizás en lo que a mí respecta, precisamente por pensar en eso en algunos momentos, aquellas caricias y aquellos besos que de hecho eran “una ruptura de normas” y una especie de acto de rebeldía, supusieron una experiencia cargada de erotismo y de voluptuosidad excitante y satisfactoria a la vez.
Cuando llegó el momento de penetrarle a Joan, mis nervios estaban al cien por cien y sudaba como si estuviera en una sauna. Joan se colocó boca arriba y con sus piernas dobladas y sujetadas por sus propias manos. Esa postura, que tantas veces había visto con mujeres, me sorprendió; pero me gustó. Lubriqué con aceite su polla, sus huevos, su perineo y toda su zona anal. Yo me coloqué un preservativo y con mis dedos, acaricié todo aquello que había lubricado, sin velocidad y sin prisas. Introduje un dedo en su ano; luego dos. Jugaba con ellos en su cueva. Los metía y los sacaba. Miraba a Joan, que unas veces con la cabeza levantada para ver que pasaba por allá abajo y otras, con su cabeza reposando sobre la almohada y sobre las sábanas, moviéndola de un lado a otro como entregado a las sensaciones de excitación y de placer, me pedía que le penetrase. Le desobedecí durante unos momentos, puesto que aquel juego de mis dedos con su culo, también me estaba excitando a mí sobre manera.
Despacio y con suavidad, metí mi polla en el ano de Joan todo cuanto pude. Joan gimió de placer y yo sentí tal sensación de “opresión” sobre mi polla, que aún me puso más al cien todavía. Follé su culo durante unos dos minutos seguidos; suavemente casi todo el tiempo, pero con algunos toques de rapidez de vez en cuando. Paré mis embestidas y masturbé la polla de Joan. Con mi polla dentro de su culo, mirándome a los ojos y disfrutando de la paja que le estaba haciendo, sus gemidos se apoderaron de la habitación y finalmente, soltó sus piernas para estar más cómodo, me pidió que le follase deprisa y enseguida tuvo un orgasmo salvaje que provocó el mío mientras yo bufaba como un toro; y mientras los dos derramábamos nuestra leche, los gemidos de ambos sonaron de tal manera que se nos quedaron grabados en el cerebro para siempre.
Abrazados el uno al otro, nos quedamos dormidos y a media noche me desperté con el condón todavía colgando de mi polla. Le desperté a Joan y al ver aquello, nos echamos a reír y nos volvimos a dormir.
Por primera vez, el sábado por la mañana, desperté al lado de un hombre, al lado del Joan. Hubo juegos “menores”; y tras desayunar, nos fuimos a esquiar a la pequeña y coqueta estación de Cauterets-Lys.
Disfrutamos de la buena nieve y de las conversaciones que tuvimos en diferentes momentos. Nos tomamos la esquiada con calma. A las dos de la tarde, nos trasladamos a la estación de Gavarnie, desde donde pudimos ver en toda su amplitud el Circo de montañas de Gavarnie con sus cascadas heladas y sus “tresmiles”. Un espectáculo maravilloso e inolvidable para Joan y en parte también para mí, aunque yo ya conocía todo de ocasiones anteriores.
Visitamos la pequeña localidad de Gavarnie y también Cauterets, donde nos regalamos unas tazas de chocolate con churros que estaban “para chuparse los dedos”.
Fruto de todo ello, llegamos a Luz más tarde de lo habitual y por tanto también llegamos más tarde de lo habitual a la sauna. De hecho cuando entramos no había nadie dentro; y a los cinco minutos entró una familia (padre y madre y dos hijos de unos 10-12 años). Por tanto, calma, seriedad y quietud.
Cuando bajamos a cenar, casi no encontramos mesa libre. Se notaba que era fin de semana.
Fuimos a la cafetería y la algarabía era absoluta, así que decidimos hacer una excursión nocturna. Subimos con el coche de Joan hasta el núcleo de Super Baréges, justo bajo el Col du Tourmalet, para ver el cielo estrellado lejos de la contaminación lumínica de los pueblos. En medio de la oscuridad, el espectáculo era asombroso, pero el frío no lo era menos. La luna en creciente, contribuyó a dar majestuosidad a la panorámica celeste.
Antes de que se nos congelasen las ideas, volvimos hacia Luz y nos fuimos directos al hotel.
Iba a ser nuestra tercera y última noche juntos. Después de asearnos, estuvimos hablando sobre los días pasados en Luz y sus alrededores. De la casualidad de habernos encontrado en la sauna y de la experiencia sexual que estábamos teniendo. Yo le dije que si el miércoles pasado, alguien me llega a decir lo que me esperaba, seguramente habría anulado el viaje. Pero también le dije que no me arrepentía en absoluto de las decisiones tomadas y que además de ser una experiencia “revolucionaria” para mi forma de haber vivido hasta entonces la sexualidad, me estaba dando a conocer un mundo desconocido hasta entonces y que estaba siendo un descubrimiento sorprendente y sumamente positivo y satisfactorio.
Joan me felicitó por mi valentía y determinación y me agradeció el grado de entrega y de colaboración en positivo que estaba observando en mí.
Una vez desnudos sobre la cama, los prolegómenos fueron mas o menos los habituales a los días anteriores. Pero los dos sabíamos que esa noche iba a haber “un programa muy especial”. Joan me preguntó si estaba en disposición y con ganas de ser penetrado por él. Le dije que sí y que sin duda alguna. Que lo estaba deseando!
Después de habernos acariciado todo el cuerpo, de habernos comido a besos, de habernos chupado y lamido nuestras pollas, huevos y culos mutuamente, Joan me pidió que me pusiese a cuatro patas con la cabeza apoyada en una almohada. Consideraba que era la postura más cómoda para cuando él penetrase mi culo; y previsiblemente, la que menos molestias me podría producir inicialmente. Obedecí sin rechistar. Como un buen alumno ante un buen profesor que sabe de lo que habla.
Me masajeó la espalda de arriba abajo, jugó con mi polla y con mi culo procurando darme confianza y relajando mis tensiones involuntarias. Ya desde la primera penetración con uno de sus dedos en mi culo, se dio cuenta de que aquello, iba a ser más fácil de lo que había supuesto. Con sus dos manos totalmente empapadas en aceite lubricante, con su derecha se dedicó a mi culo y con su izquierda a mi polla y a mis testículos. Primero fue con su dedo meñique (por ser el más delgado y más corto), luego con el índice (para poder maniobrar mejor), luego con el corazón (para profundizar en la penetración) y por último con el índice y el corazón a la vez (para ensanchar lo máximo posible mi esfínter anal).
La tensión inicial por mi parte, desapareció enseguida; y eso contribuyó a mi relajación y al disfrute de las nuevas sensaciones que estaba experimentando. Lejos de sufrir ninguna molestia, me estaba gustando aquello.
Joan, que estaba tan excitado o más que yo, se colocó un condón en su tiesa polla, se embadurnó de aceite, volvió a penetrarme con sus dos dedos a la vez; y al comprobar que mi esfínter en lugar de cerrarse, se mantenía parcialmente abierto, apuntó con su verga a mi culo y con sumo cuidado fue metiendo esa polla (que hacía unos minutos yo había engullido con mi boca y me había degustado con ella pensando que después de estar en mi boca, iba a estar en mi culo), hasta el fondo de mi cueva.
La sensación fue deliciosa; notaba su polla en toda su intensidad como entraba y salía; como rozaba mi ano y mi interior produciendo desde el principio placer y nada de dolor.
Joan se dio cuenta de que la cosa estaba funcionando bien. El notaba que mi culo no oponía resistencia y que sus metidas y sacadas eran suaves y sin oposición. Con su mano izquierda pajeándome la polla y con mi culo rendido al placer que su polla me estaba regalando, me enculó hasta el fondo y entonces yo noté como chocaba con mi próstata. A partir de ahí, cada enculada suya me producía más excitación y más placer.
Fue aumentando el ritmo y yo empecé a rugir como un toro. Al poco, me corrí con espasmos incontrolables. Al notarlo Joan, aceleró la follada que me estaba dando todo cuanto pudo y orgasmó y se corrió con grandes espasmos y con gran estrépito.
Me dejé caer sobre la cama con Joan encima de mi espalda y con su polla todavía dentro de mi culo. Respirábamos agitadamente, estábamos envueltos en sudor, seguíamos teniendo pequeños espasmos involuntarios y finalmente, nos echamos a reír (cosa que suele pasar a menudo tras los orgasmos) y así estuvimos cerca de diez minutos sin decir ni palabra. Solamente nos acariciábamos y nos regalábamos besos.
Pasado todo y cuando descansábamos sobre la cama después “del ajetreo habido”, me dijo que era su primera vez en follarle el culo a un hombre para el que era su primera vez. Y que el morbo que había sentido desde los prolegómenos por ese motivo, le había excitado como desde hacía tiempo que no lo recordaba; y que había disfrutado como nunca.
Después de ducharnos, nos bebimos a cada copa de cava que él había llevado en secreto a la habitación.
Nos felicitamos y nos agradecimos mutuamente la sesión de sexo (y las sesiones) que acabábamos de tener y que habíamos tenido los días pasados.
Dormimos plácidamente, nos despertamos y levantamos de la cama avanzada la mañana. Decidimos no ir a esquiar a Gourette como habíamos previsto y a cambio, nos fuimos a comer al restaurante del Observatorio Astronómico situado en la cima del Pic du Midi de Bigorre como despedida. Otro espectáculo fascinante el disfrutado allá arriba.
Joan, basándose en su forma de ver y de entender este tipo de encuentros, propuso poner punto y final a nuestra relación en el momento en que llegásemos a nuestros respectivos coches y cada uno de los dos, emprendiésemos viaje de vuelta a nuestros respectivos domicilios. Conociéndole un poco en su sinceridad, acepté su propuesta.
Lo ocurrido, ya había ocurrido y no tenía por que volver a ocurrir necesariamente, con lo cual, parecía sensato finalizar nuestra relación (que no nuestra amistad y nuestro recuerdo, que eso podría cada cual mantener como algo personal e íntimo), sacar conclusiones de forma personal de cara al futuro y tener esa experiencia, como base para futuras y nuevas experiencias que pudieran darse con otras personas.
No hubo intercambio de teléfonos ni de direcciones. Respetaríamos la independencia, la intimidad y el devenir de cada cual absolutamente.
Un apretón de manos y un fuerte abrazo, sellaron el pacto.
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